Palabras que crean, palabras que sanan, palabras que mueven el mundo. Desde los laboratorios modernos hasta los antiguos mantras, las oraciones y los cantos sagrados, descubrimos que el lenguaje no solo nombra lo que existe, sino que también transforma la mente, el cuerpo y el espíritu. Entre ciencia y tradición, la palabra se revela como hilo invisible que conecta lo humano con lo divino.
por Equipo Mundo Nuevo
En nuestro idioma, la Real Academia Española define la palabra como una “unidad lingüística, dotada generalmente de significado, que se separa de las demás mediante pausas potenciales en la pronunciación y blancos en la escritura”. Pero sabemos que es mucho más que eso. Dentro de cada palabra laten mundos, sensaciones, reflexiones y vidas. La programación neurolingüística nos recuerda que el lenguaje no solo describe la realidad, sino que la moldea. Cada término que pronunciamos puede abrir caminos o cerrarlos, despertar recuerdos, encender emociones, generar encuentros o distancias. Encontrar la palabra precisa que nombra lo que sentimos, vemos o creemos se convierte, así, en una búsqueda íntima que exige tiempo e introspección.
Del mito al misterio
Este poder inherente en las palabras se vuelve aún más evidente cuando observamos distintas religiones a lo largo de la historia y las latitudes. En todas ellas, la carga de significado e intención puede influir en la realidad, manifestar lo divino y dar forma al cosmos. Un ejemplo notable lo encontramos en el hinduismo, donde el sonido primordial «Om» (o «Aum») resuena como la creación misma, la vibración fundamental de la que surge todo el universo. Contiene todos los sonidos y simboliza la totalidad de la existencia, unificando las fuerzas de Brahma, el creador, Vishnu, el preservador, y Shiva, el destructor, en un único flujo de energía que sostiene y transforma el cosmos.
Ese poder de la palabra, visto como energía capaz de mover mundos, también fue recogido por tradiciones filosóficas y esotéricas. Algo tan cotidiano y simple, pero a la vez tan inmenso, que corrientes como la hermética —influenciada por Hermes Trismegisto y desarrollada en la Europa medieval— sostuvieron que las palabras, especialmente aquellas cargadas de intención y conocimiento, poseen la capacidad de transformar la realidad. No solo como medio de comunicación, sino como canal de energía y herramienta de cambio, tanto en el mundo exterior como en el interior del individuo.
“El sonido siempre había tenido una significación mágica, desde el canto y el batir del tambor del chamanismo primitivo, hasta las complejas correspondencias del pensamiento hermético, que establecían vínculos entre el pneuma (palabra griega que significa tanto ‘espíritu’ como ‘aliento’), el Logos, o Verbo como principio creativo, y las armonías pitagóricas o ‘música de las esferas’”, señalan los investigadores Michael Baigent y Richard Leigh en el libro El Retorno de la Magia (1999). Agregan que el sonido mismo es una especie de magia, pues la voz humana ha sido considerada intrínsecamente así por siglos, al igual que el lenguaje. “En el Génesis, Adán realiza el acto mágico por esencia de dar nombre a plantas y animales del mundo natural. A través de este acto se obtiene el don de Dios del dominio de las criaturas vivas. Dar nombre a algo es imponer una forma. E imponer una forma es establecer una medida de control. El acto de dar nombre se convierte así en una manifestación de poder mágico. Y los nombres se ven dotados en sí mismos de un poder que les es consustancial, una fuerza mágica”, añaden.
Pero más allá de lo místico, lo simbólico y lo esotérico, la palabra sigue siendo un enigma que la ciencia aún intenta descifrar. Su importancia es indiscutible en todas las culturas, porque es la base de toda sociedad, de toda civilización; pero su origen permanece profundo y misterioso. A pesar de las múltiples teorías, no existe consenso sobre cómo surgió el lenguaje humano ni desde la perspectiva histórica ni desde la cognitiva: ¿cómo aprendemos a hablar?, ¿qué es realmente el lenguaje? Tanto es así que, en 1866, la Sociedad Lingüística de París decidió poner fin a estos debates, dejando un vacío que duró más de un siglo. No fue hasta principios de la década de los ‘90 que lingüistas, arqueólogos, psicólogos, antropólogos y otros especialistas retomaron la cuestión, acercándose a lo que algunos han llegado a considerar “uno de los problemas más difíciles de la ciencia” (Ion M. H. Christiansen y S. Kirby).
Del misterio al laboratorio: la voz de la ciencia
Aun cuando el origen del lenguaje continúa siendo un misterio insondable, incluso para la ciencia, sus efectos sobre nosotros hoy son cada vez más claros. Si bien la religión ha planteado desde siempre el poder espiritual de los fonemas y sonidos en nuestra vida y en el mundo que nos rodea, también la ciencia moderna ha empezado a demostrar que ese poder es real y medible. Y la conclusión es sorprendentemente similar: una palabra puede cambiar nuestra vida.
Uno de los experimentos más reveladores fue liderado por la Dra. María Richter en Alemania (2010). Allí, psicólogos de la Universidad Friedrich Schiller de Jena pidieron a un grupo de voluntarios leer palabras asociadas al dolor mientras imaginaban situaciones vinculadas a ellas. Después repitieron la prueba, esta vez distrayéndose con un acertijo. En ambos casos, los escáneres cerebrales (fMRI) mostraron un mismo resultado: la matriz del dolor —el área donde el cerebro guarda recuerdos de experiencias dolorosas— se activaba intensamente. Es decir, las palabras podían doler físicamente.
Pero su alcance va aún más lejos. Andrew Newberg, neurocientífico de la Universidad Thomas Jefferson en Estados Unidos, fue pionero en los años noventa en un campo emergente llamado neuroteología, que estudia cómo las prácticas espirituales y religiosas se reflejan en la salud física y emocional. En sus investigaciones encontró que el lenguaje no solo evoca reacciones inmediatas, sino que puede incluso modificar la expresión genética relacionada con el estrés y el bienestar. En su artículo El lenguaje de lo inefable: Análisis lingüístico de las experiencias místicas (2015), Newberg mostró que quienes han vivido experiencias místicas suelen expresarse con un lenguaje más inclusivo —palabras como “cerca”, “nosotros”, “con”— y emplean menos vocabulario religioso explícito. “Existen descripciones lingüísticas de estas experiencias supuestamente indescriptibles, y a través de su análisis podemos descubrir que tienen algunas características subyacentes estables”, señala.
Dos años antes, Newberg había publicado junto a Mark Waldman el libro Las palabras pueden cambiar tu cerebro (2012), donde proponían una forma de comunicación “compasiva”, basada en el respeto y la sinceridad. Su conclusión es contundente: las palabras impactan directamente en la actividad cerebral. Términos como “no”, “estrés” o “problema” activan la amígdala y las áreas del miedo, mientras que expresiones como “confío”, “éxito” u “oportunidad” estimulan regiones vinculadas con la calma, la empatía y la toma de decisiones. “Al mantener una [palabra] positiva y optimista en la mente, se estimula la actividad del lóbulo frontal; cuanto más tiempo nos concentramos en palabras positivas, más empezamos a afectar otras áreas del cerebro”, señalan.
Este poder transformador también ha sido explorado por Mariano Sigman, doctor en neurociencia argentino, en su reciente libro El Poder de las Palabras. Allí sostiene que, a través de la conversación —con otros y con nosotros mismos— podemos demoler creencias arraigadas y cambiar sentimientos e ideas profundas. Pero para lograrlo, dice, debemos hacerlo de manera franca, cálida y ecuánime, pues solo así podemos mirarnos con objetividad. “Uno puede estar triste por 17 mil razones distintas, estas tristezas son todas distintas, pero a todas les ponemos la misma palabra. Es como si viéramos el mundo como un píxel gigante”, explica. La falta de vocabulario para nombrar con precisión nuestras emociones termina por confundirnos. Su invitación, entonces, es a ampliar el lenguaje emocional: “cuando uno conoce más algo, lo empieza a disfrutar de una manera muy distinta. Es un viaje largo, interesante y placentero, que nos permite encontrarnos con lugares sorprendentes de nosotros mismos”.
Porque finalmente, a través de las palabras, fonemas y sonidos, somos capaces de describir los mundos internos y externos, complejos, sutiles y vastos, que nos rodean. Cada matiz con un concepto distinto, que lo nombra y lo revela. Y ese camino de descubrir sus nombres, características y diferencias es, en última instancia, una guía hacia el conocimiento de todo lo creado y, quizás, hacia la iluminación.
En definitiva, la ciencia moderna ha comenzado a confirmar algo que diversas culturas han sabido y practicado desde tiempos inmemoriales: que las palabras no son sólo vehículos de comunicación, sino fuerzas capaces de transformar nuestra mente, nuestras emociones y hasta nuestra biología.
Sanar con palabras
Aun cuando hoy los laboratorios revelan cómo el lenguaje puede moldear nuestro cerebro y nuestra vida, desde hace siglos los pueblos del mundo lo han encarnado en tradiciones espirituales y rituales. Este poder se manifiesta con claridad en los mantras de la India, que, según el Maestro Djwhal Khul, son “un conjunto de frases, palabras y sonidos que, en virtud del efecto rítmico, consiguen resultados que no serían posibles sin ellos”. El secreto reside en el ritmo, la entonación y la intención, elementos que, cuando se combinan adecuadamente con el color, el centro energético y el símbolo correspondiente, según explica el Dr. K. Parvathi Kumar, fundador de la World Teacher Trust, generan resultados sorprendentes que, de otro modo, se obtendrían muy lentamente. “Los mantras son esencialmente de fuego y producen con rapidez una purificación interior y exterior”, asegura.
Este hilo invisible que une palabra y transformación atraviesa continentes y culturas. En la tradición judeocristiana, la oración actúa como un puente entre lo humano y lo divino, capaz de traer sanidad, liberación, consuelo, guía y fortaleza, además de estrechar la relación con Dios. La fe verdadera convierte las palabras en instrumentos de cambio, resonando en la vida espiritual y física de quienes las pronuncian. En Japón, la filosofía del Kotodama, o “espíritu de la palabra”, reafirma esta misma idea. Las palabras no son meros sonidos, sino fuerzas con poder inherente, capaces de influir en la realidad tanto física como espiritual. Cada nombre, cada sonido, lleva en sí un eco que puede transformar mundos.
Y en nuestra propia tierra, la tradición mapuche revela con fuerza esta misma certeza. La machi, guía y sanadora, conversa con los espíritus durante el machitún, una ceremonia destinada a curar males individuales o comunitarios. Parte de este ritual consiste en el Pillantún, un canto solitario dirigido al pillán (espíritu benefactor), acompañado por el sonido del kultrún, que guía y armoniza la energía del entorno. Al concluir la ceremonia, la machi realiza un canto final que, según el investigador Tibor Gutiérrez en su artículo El Machitún (1985), “es traducido por una persona que transmite el contenido del lenguaje ritual a los participantes, quienes escuchan con sumo interés, conscientes de que se trata de un mensaje sobrenatural en beneficio de los afectados”. Porque, al fin y al cabo, la machi conoce el lenguaje del mundo, de los espíritus y el verdadero nombre de las cosas. Es esa sabiduría la que le otorga la capacidad de sanar a través de la palabra, y nos recuerda que, en cada tradición, la voz humana sigue siendo un hilo de poder que atraviesa tiempo, espacio y conciencia.
Así, a lo largo de siglos y continentes, descubrimos que la palabra es más que un sonido o un signo. Es un puente entre la mente y el mundo, entre lo visible y lo invisible, entre lo humano y lo divino. Lo que hoy la ciencia demuestra con imágenes cerebrales y estudios conductuales, las tradiciones milenarias lo habían intuido. Hablar, nombrar, cantar o rezar no es solo comunicar, sino transformar. En cada mantra, oración, Kotodama o machitún late la misma certeza: que en la palabra reside un poder capaz de iluminar, sanar y revelar los secretos más profundos de nuestra existencia.
Sigue leyendo en la Edición N°136 de Revista Mundo Nuevo.
Fuentes:
https://www.worldteachertrust.org/es/web/publications/mantrams
“El retorno de la magia: La influencia de la astrología y la alquimia en nuestras vidas”, Michael Baigent y Richard Leigh; Plaza & Janés Editores; 1999.
https://www.aacademica.org/i.congreso.chileno.de.antropologia/8.pdf
https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0304395909004564