Desde que los seres humanos compartimos espacios, han existido acciones de apoyo mutuo: para sobrevivir, acompañarnos o, simplemente, como actos nacidos del amor. En un mundo cada vez más polarizado, donde se aplauden los logros personales y los estándares parecen inalcanzables, hay una práctica ancestral que surgió junto con la humanidad: el servicio.
por Equipo Mundo Nuevo
¿Qué es la felicidad? ¿Un estado, un instante, una circunstancia, un giro en la vida? Durante siglos, filósofos, científicos, expertos y religiosos han intentado descifrar esta palabra, que parece contener el secreto que la humanidad persigue con tanto ahínco. Pretender dar una respuesta definitiva puede parecer ambicioso, incluso inalcanzable. Sin embargo, entre las muchas claves que se han explorado a lo largo del tiempo, hay una que resalta con su propia luz: el servicio a los demás. El simple acto de ofrecer —tiempo, afecto, recursos, ideas— y liberarse del egoísmo nos aproxima, de forma genuina, a ese estado tan deseado.
Y esto va más allá de una intuición poética. Existen, de hecho, estudios científicos que confirman que ayudar a los demás mejora significativamente nuestro bienestar emocional. Uno de los ejemplos más destacados es el de los investigadores de la Universidad de Harvard, quienes desde 1938 han desarrollado un ambicioso estudio sobre la felicidad. A través de diversas disciplinas —como la psicología, la sociología y la medicina— han seguido de cerca la salud física y mental de miles de personas a lo largo de décadas. Conocido como el Estudio de Harvard sobre el Desarrollo de Adultos, esta investigación ha arrojado valiosas recomendaciones para alcanzar esa meta tan preciada. Entre ellas, destacan cuatro claves esenciales: cuidar la calidad de nuestros vínculos sociales, tomar decisiones conscientes, soltar aquello que nos hace daño y practicar la presencia plena.
De acuerdo a este estudio, que continúa vigente hasta el día de hoy, son nuestros hábitos diarios los que más influyen en la construcción de una vida feliz. Y no solo para alcanzarla, sino también para sostenerla en el tiempo. En última instancia, el mayor de los secretos parece ser el de mantener un equilibrio sano entre los pilares fundamentales de la vida, poniendo atención e intención en lo que hacemos hoy, para que contribuya al bienestar de nuestro mañana.
En esa misma línea, establecer vínculos afectivos sólidos implica ofrecer una parte de nosotros mismos para cuidar esas relaciones, desde una actitud altruista. Así lo confirma también el estudio: las personas que dedican tiempo al voluntariado, apoyan causas sociales o simplemente cuidan de otros, tienden a sentirse más felices. Y no como un efecto secundario, sino como una expresión natural del diseño humano. Lo interesante es que no se trata solo de “sentirse bien”, sino de experimentar una felicidad más profunda y duradera, aquella que nace del sentido y el propósito.
Generosidad y felicidad: un vínculo indiscutible
Un experimento publicado en 2018 por la Universidad de Zurich, en Suiza, demostró que solo el hecho de planear un acto generoso, sin ni siquiera llevarlo a cabo, activa zonas del cerebro ligadas a la felicidad. A través de un escáner de resonancia magnética funcional, los neurocientíficos midieron la actividad cerebral de varios grupos de personas, mientras les hacían preguntas sobre cómo distribuir el dinero entre ellos y un conocido. “Nuestros resultados sugieren que, para que una persona alcance la felicidad mediante un comportamiento generoso, las regiones cerebrales implicadas en la empatía y la cognición social deben suplantar los motivos egoístas en las regiones cerebrales relacionadas con la recompensa”, señalan.
De hecho, sería la interacción entre las áreas del cerebro responsables de la generosidad y la felicidad lo que explicaría, por ejemplo, por qué la gente es altruista, incluso cuando conlleva un coste personal. Según una investigación de la Universidad de Lübeck, en Alemania, publicada en la revista científica Nature en 2017, la generosidad activa partes fundamentales del cerebro ligadas al sentimiento de felicidad.
Lo comprobaron utilizando imágenes por resonancia magnética, donde vieron que las decisiones generosas de las personas que participaron en esta investigación, involucraron más el área cerebral conocida como la unión temporoparietal (TPJ, por sus siglas en inglés) y modulaban la conectividad entre esa región y el núcleo estriado, relacionado con los cambios en la felicidad. Pero además, los investigadores descubrieron que los participantes que habían gastado su dinero en otros, también se mostraron más generosos a la hora de realizar otras tareas independientes.
Por otro lado, en un estudio publicado en 2020 en la revista Journal of Happiness Studies, investigadores examinaron datos de casi 70.000 personas en el Reino Unido. Los participantes respondieron preguntas sobre sus hábitos de voluntariado y salud mental, incluyendo su angustia y su desempeño en la vida cotidiana. En comparación con quienes no participaron como voluntarios, quienes sí lo hicieron – incluso quienes comenzaron a hacerlo durante el estudio – mostraron mejoras sostenidas en su bienestar y en su percepción de sí mismas. Además, los investigadores descubrieron que quienes se ofrecieron como voluntarios con mayor frecuencia experimentaron mayores beneficios.
Una pregunta interesante que surge es: ¿el voluntariado hace felices a las personas, o simplemente es más probable que las personas felices se ofrezcan como voluntarias? Los investigadores encontraron los mismos resultados incluso al considerar el nivel de bienestar inicial de los participantes antes de comenzar con el voluntariado. En otras palabras, quienes empezaron a ofrecer su tiempo y energía a los demás se volvieron más felices con el paso del tiempo.
¿Por qué? Tal vez porque la generosidad no nos vacía: nos expande, nos conecta y nos da sentido.
Servidores para un bien mayor
Si tomamos estos hallazgos biológicos y los proyectamos hacia un propósito más elevado, enfocándonos en el servicio como fin último de nuestras acciones, nos encontramos con la visión de la esoterista y escritora inglesa Alice Bailey. En su libro Sirviendo a la Humanidad, basado en las enseñanzas del Maestro Tibetano (Djwhal Khul), define el servicio como el efecto espontáneo del contacto con el alma. Un acto tan esencial, que puede llegar a expresar la verdadera naturaleza del alma en el mundo de los asuntos humanos. “El servicio no es una cualidad ni una acción específica; tampoco una actividad que deba realizarse con esfuerzo, ni un método para salvar al mundo”, afirma. “Servir es una manifestación de la vida misma. Es un anhelo del alma, y constituye tanto un impulso evolutivo del espíritu como lo son, en el plano animal, el instinto de autopreservación o la reproducción de la especie”, explica.
En sus escritos, Alice Bailey no presenta el servicio como un deber moral, sino como algo natural y espontáneo. “El servicio es una expresión espontánea de la verdadera comprensión espiritual”, escribió. En otras palabras, cuando uno comienza a ver la vida desde una perspectiva más amplia, cuando se reconoce como parte de un todo, servir deja de ser una carga para convertirse en una consecuencia inevitable.
Desde esa mirada, servir no implica renunciar a uno mismo, sino revelarse de manera más auténtica. Es vivir en sintonía con algo más grande y, en esa conexión, encontrar una felicidad que trasciende lo meramente personal. Bailey lo expresa con claridad:
“El verdadero servicio es la emanación espontánea de un corazón amoroso y de una mente inteligente; el resultado de hallarse en el lugar correspondiente y permanecer en él; el producto de la inevitable afluencia de la fuerza espiritual, y no de la intensa actividad en el plano físico. Es el efecto del hombre cuando expresa lo que realmente es: un divino Hijo de Dios, y no el resultado calculado de sus palabras o acciones”.
Profundiza además en que el verdadero servidor no busca reconocimiento: simplemente reúne a su alrededor a quienes está destinado a servir, no por sus pretensiones ni por su influencia, sino por la autenticidad de su ser. Sirve olvidándose de sí mismo, avanza por su camino con humildad, sin preocuparse por el tamaño o el resultado de sus obras, ni por el valor que los demás les atribuyan.
“Vive, sirve, trabaja y ejerce influencia, sin pedir nada para el yo separado”
Las claves de un servidor
En esta línea, Alice Bailey señala que un verdadero servidor debe cultivar tres características esenciales.
La primera es la inofensividad, entendida como la capacidad de abstenerse de actos o palabras que puedan ser malinterpretados o causar daño. En el fondo, se trata de no perjudicar al grupo mediante críticas veladas, insinuaciones o comentarios que expresen disconformidad de forma indirecta.
La segunda característica es permitir que los demás sirvan como mejor les parezca. Según ella, la vida que fluye a través de cada servidor debe encontrar sus propios cauces, sin ser limitada, dirigida ni forzada. El servicio auténtico respeta la libertad interior del otro.
Por último, la tercera cualidad es la alegría y el silencio elocuente. En lugar de adoptar una actitud crítica —que solo genera divisiones— o asumir una posición de superioridad, el verdadero servidor se entrega con gozo a los nuevos ritmos que la vida le propone. Lo hace con una alegría profunda y con un silencio que comunica más que las palabras: la comprensión del verdadero sentido del servicio.
Así, la invitación de Bailey es clara y exigente:
“Ofrendar todo lo que uno posee a los pies del Señor de la Vida para poder avanzar en el trabajo de salvación mundial; eliminar de la vida todos los obstáculos; dar todo lo que uno tiene, hasta el dolor de dar; reglamentar la propia vida sobre la base del renunciamiento, interrogándose a cada instante: ¿Qué renuncias debo hacer para poder ayudar más eficazmente?”.
Un llamado al servicio que no debe nacer de la obligación, sino del anhelo más sincero. Solo un deseo genuino de servir y elevarse tiene la fuerza para transformar, para conectar, para comprender el Plan Divino.
Finalmente, si unimos las miradas científicas, esotéricas y psicológicas, y volvemos la atención hacia nuestro interior, descubrimos una verdad profunda: servir no es solo dar, sino también, recibir. Recibir claridad, sentido, propósito. Recibir la certeza de que no estamos solos, y de que nuestros actos —por pequeños que parezcan— pueden marcar una diferencia real.
Porque al entrelazar lo visible y lo invisible, las pruebas empíricas y las intuiciones del alma, se revela una misma verdad: dedicar parte de nuestra vida al servicio no solo transforma el mundo. Nos transforma a nosotros, para siempre.
Sigue leyendo en la Edición N°135 de Revista Mundo Nuevo.
Fuentes:
https://www.washingtonpost.com/lifestyle/2020/07/29/volunteer-happy-mental-health
https://www.nature.com/articles/ncomms15964
Artículo de Nature publicado en julio de 2017 por Soyoung Q. Park1, Thorsten Kahnt, Azade Dogan, Sabrina Strang, Ernst Fehr & Philippe N. Tobler (https://www.nature.com/articles/ncomms15964.pdf)
“Sirviendo a la Humanidad”, Alice Bailey , 1947