La humanidad tiende a ignorar sus hechos del pasado, superponiendo creencias por sobre otras. Sin embargo, muchas de esas creencias persisten en formas ocultas e incluso cotidianas. Este es el caso del culto a la Gran Diosa, el que existió en la mayoría de las grandes civilizaciones prehistóricas, extendiéndose casi universalmente. Una forma de vida y de divinidad que fue casi olvidada como tal, pero que subterráneamente se mantuvo a través de distintas deidades, conectando creencias y religiones modernas de todo el mundo, con un mensaje de comunidad, amor y transfiguración.
En astronomía se usa el concepto de “maternidad estelar” para describir el proceso donde se crean nuevas estrellas a partir de la explosión de otras, es decir, a partir de supernovas. Esto ocurre cuando las supernovas, al terminar de explotar producen nebulosas en las que, a partir de fenómenos de condensación y polvo estelar, por el efecto de la presión y atracción gravitatoria, se concentran en un núcleo que termina en otra formación estelar. En otras palabras, de la muerte de una estrella nacen estrellas. Son ellas sus procreadoras, sus madres estelares, en un constante ciclo de vida.
En nuestro devenir como seres humanos existen una serie de conceptos repetitivos, que nos acompañan como arquetipos de vida, independiente de nuestra historia, época o lugar en el mundo (o el espacio). Uno de ellos es el de la madre como figura dadora de vida y también como representación de la fuerza femenina dándole equilibrio al universo. Es la misma idea de una estrella que da vida a una estrella. O la idea detrás de la leyenda de la primera madre del pueblo Penobscot, en la tierra donde ahora está Estados Unidos, que hablaba de la historia de Primera Mujer, que saludó a Gran Espíritu y a Primer Hombre con las siguientes palabras: “Hijos, he venido a morar con vosotros y a traeros amor”. La leyenda cuenta que en cuanto pobló el mundo con muchos vástagos se produjo hambruna, y al ver que sus hijos eran desdichados, convenció a su marido de que cortase su cuerpo en trozos y la arrastrase por un campo antes de enterrar sus huesos en el centro. Eso hizo su marido, y siete meses después el campo se llenó de maíz y de tabaco, siendo el primero su carne y el segundo sus huesos. Razón por la cual el tabaco significa la paz entre los pueblos norteamericanos.
Desde tiempos remotos, los seres humanos hemos sentido la necesidad de conectar con una presencia materna, protectora y creadora, conceptos encarnados en lo que se considera fue un culto a la Gran Diosa, figura femenina venerada bajo distintos nombres y formas, pero con rasgos y funciones sorprendentemente similares en culturas tan diversas como la egipcia, la andina, la hindú, la grecorromana, la judía mística y la cristiana.
De esta manera, por ejemplo, la Pachamama trascendió en varias culturas sudamericanas, como una entidad ligada a la tierra, generadora de vida y ciclos naturales, respetada como una presencia viva con quien se dialoga y se comparte hasta el día de hoy en algunas zonas rurales. Así también se vivió el culto a Isis en el antiguo Egipto, símbolo de magia, resurrección y compasión; o de Shekinah en la Cábala judía, presencia que simboliza amor, luz y sabiduría. Una imagen que también encarna la Virgen María en el cristianismo, o incluso Deméter en la Grecia de hace siglos y Ceres en Roma, ambas guardianas de la agricultura y los ciclos vitales, o Shakti en India, una energía femenina primordial que se identifica con la fuerza creativa del universo.
¿Qué tienen en común estas deidades? Aunque varíen en sus nombres y rituales, estos cultos comparten una serie de temas y símbolos que nos hablan de una comprensión ancestral y profunda de lo femenino sagrado, donde se enlazan conceptos como maternidad y fertilidad, ciclos y transformación en base a los procesos de la naturaleza, la tierra como dadora de vida, sabiduría espiritual y la unidad con el todo, entre otros conceptos que han trascendido siglos y generaciones, que podrían haber tenido su base en el culto común de La Gran Diosa.
El foco en lo femenino
La teoría de una sociedad primigenia basada en aspectos femeninos, ha sido levantada por varios estudiosos, siendo uno de los primeros el antropólogo suizo Johann Jakob Bachofen (1815-1887), quien planteó a partir del estudio de los mitos y del campo de las humanidades, la teoría de que el matriarcado, que luego llamó “cultura ginecocrática”, fue el régimen más antiguo de la humanidad. Esto basado en investigaciones sobre antiguos mitos y el culto a la fertilidad, indicando que toda religión y, en consecuencia, toda organización social, contiene un “pathos”, o una determinada vivencia del cosmos, el que luego da origen al mito. En este caso, sería la visión sobre la naturaleza.
Esta teoría fue recogida por diversos estudiosos a lo largo de la historia, siendo uno de ellos el reconocido mitólogo, escritor y profesor estadounidense Joseph Campbell (1904-1987), quien levantó la teoría de la Gran Diosa única, figura que con los años se fue dividiendo en sus diversas facetas encarnadas en divinidades distintas, simbolizando las energías arquetípicas de la transformación, la iniciación y la inspiración, principalmente. En su trabajo destaca también la resistencia de los poderes simbólicos arquetípicos de lo divino femenino, destacando que “la diosa representa el poder de la vida en sí misma: el misterio del nacimiento, la regeneración, y la armonía con los ritmos del cosmos» (El poder del mito, 1988).
Desde tiempos remotos, los seres humanos hemos sentido la necesidad de conectar con una presencia materna, protectora y creadora, conceptos encarnados en lo que se considera fue un culto a la Gran Diosa
A su vez, parte importante del trabajo de Campbell se basa en los descubrimientos de Marija Biruté Alseikaité, más conocida como Marija Gimbutas (1921-1994), una de las investigadoras más importantes en el levantamiento de la teoría de las sociedades con foco matriarcal. De origen lituano-estadounidense, esta arqueóloga y antropóloga se especializó en el estudio de las culturas de los primeros siglos del continente europeo. De acuerdo a su teoría, las culturas prehistóricas agrícolas, sedentarias y pacíficas, fueron socialmente superiores a las de la posterior etapa patriarcal, nómada y guerrera, que se impuso a través de las oleadas migratorias indoarias. La cultura que adoraba a la figura que llamó Gran Diosa, habría durado unos 25 siglos viviendo de una manera cooperativa y tranquila, se basó en el análisis de cientos de figurillas, tanto femeninas como masculinas, que datan del Neolítico, en el área de los Balcanes. «Las culturas antiguas de Europa adoraban a una Diosa de múltiples aspectos: madre, dadora de vida, y también destructora, en un ciclo eterno de nacimiento, muerte y renovación”, señaló Marija Gimbutas en su libro “El lenguaje de la Diosa” (1989).
De acuerdo a su teoría, la Gran Diosa engloba todas las figuras posteriores de la Diosa de la Fertilidad, del de la Madre Tierra y del de la Diosa Madre, que serían facetas de la misma y solo describen una parte del papel de la figura principal. Posteriormente, estos fragmentos se convirtieron en distintos tipos de deidades, las que englobó en cuatro grupos, de acuerdo con el significado simbólico de la misma: “Lo que da vida”, donde se encuadran las representaciones del cuerpo de la mujer y aquellas relacionadas con la creación de la vida. Un segundo bloque lo definió como “La tierra renovadora y eterna”, representación de las cuatro estaciones, la fertilidad, y a los seres humanos como parte de la naturaleza. El tercer grupo fue “Muerte y regeneración”, que recoge a las diosas que quitan la vida y se representaron con formas de serpiente, perros, abejas o de aves. El último grupo engloba símbolos y signos que representan las energías más variadas y el tiempo.
Un punto que es importante destacar es que, para la arqueóloga, las sociedades no eran matriarcales, sino que eran sociedades donde existió una gobernanza de mujeres. Esta diferencia es fundamental, ya que no se imponía un género por sobre el otro, sino que se vivía en armonía.
Una lengua común
En el libro “El mito de la diosa. Evolución de una imagen”, de Anne Baring y Jules Cashford, las autoras mencionan que las similitudes y paralelismos entre culturas aparentemente inconexas nos hablan de una transmisión continua de imágenes a través de la historia. Una visión latente a través de diversas diosas que tiene una visión común, la de “la vida como unidad viva”. Es decir, una percepción del universo como un todo orgánico, sagrado y vivo, donde la diosa es el núcleo.
En su investigación, llegan a una interesante conclusión: “Pronto quedó claro que a partir de la mitología babilónica (c. 2000 a. C.) la diosa comenzó a asociarse casi exclusivamente con la Naturaleza, como fuerza caótica que debe ser sometida. El dios, por su parte, adoptó el papel de someter o poner orden en la naturaleza desde su polo contrario, el del “espíritu”. Sin embargo, esta oposición no había existido hasta entonces, así que era necesario colocarla en el contexto de la evolución de la consciencia. Una manera de comprender este proceso consiste en considerarlo como la disminución progresiva de la participación de la naturaleza; se posibilita así una independencia cada vez mayor de los fenómenos naturales (…). Parece que así fue como la humanidad y la naturaleza terminaron por colocarse en polos opuestos”
Según las investigadoras, este principio femenino, como expresión válida de la santidad y unidad de la vida, llevaba perdido los últimos 4.000 años. “Nuestra cultura actual está articulada a partir de la imagen de un dios masculino que se sitúa más allá de la creación y que la ordena desde el exterior, en vez de estar en el interior de la misma, como lo estuvieron las diosas madre antes que él. El resultado inevitable de esta situación es el desequilibrio entre los principios masculino y femenino, que trae consigo consecuencias fundamentales para la forma en que creamos nuestro mundo y en que vivimos en él”, señalan. Sin embargo, a pesar de la desvalorización que pudiese sufrir el degradado mito de la diosa, se sabe que éste nunca desapareció del todo, sino que continuó existiendo de forma oculta en distintas formas de expresión.
El llamado es simplemente a observar nuestro alrededor y descubrir las distintas manifestaciones en las que el culto a la diosa sigue vivo en nuestros días. Una visión donde prima la armonía, la sincronía con los ciclos de la naturaleza y el concepto de dualidad.
Este último punto es clave, porque como todas las investigaciones así lo indican, la visión de la diosa engloba la dualidad y el equilibrio. “La tendencia de la diosa a representar opuestos complementarios como arriba y abajo, creación y destrucción, seguridad y peligro, suelen representarse tanto en el inconsciente como en la mitología, con imágenes redondeadas de la totalidad que evocan a Uroboros, la cara de la luna, que en el transcurso de un mes combina oscuridad y luz, [y que] es uno de los símbolos universales de la diosa”, explica la escritora y folclorista pakistaní Shahrukh Husain.
Hoy, en un mundo que enfrenta crisis ecológicas, espirituales y sociales, la figura de la Gran Diosa resurge como símbolo de sanación. Ya no se trata solo de mirar al pasado, sino de recuperar una visión del mundo que valore la interconexión, la sensibilidad y la armonía con la naturaleza. Como dice Campbell: La tarea del mito es hacernos sentir a todos parte de una misma historia sagrada.
Quizás, al reencontrarnos con esta diosa universal, volvamos a sentirnos parte de ese relato colectivo, profundamente humano. Profundamente vivo.
Sigue leyendo en la Edición N°134 de Revista Mundo Nuevo.
Fuentes:
“El mito de la diosa. Evolución de una imagen”, de Anne Baring y Jules Cashford (1990)
“La Diosa. Creación, fertilidad y abundancia. Mitos y arquetipos femeninos”, de Shahrukh Husain (2001).
https://www.elciudadano.com/actualidad/bachofen-y-el-matriarcado-o-cultura-ginecocratica/09/26/