El concepto de Cristo es una energía eterna, sin principio ni fin, pero su manifestación en la Tierra ha estado históricamente ligada a la figura de Jesús de Nazaret. Desde la perspectiva esotérica, el fenómeno Crístico trasciende su biografía. Es el Maestro de Maestros cuya misión es guiar la evolución planetaria. Este reportaje explora el proceso iniciático de Jesús para acoger la conciencia del Cristo, y cómo su mensaje no es solo de paz y amor, sino un camino de trascendencia y autodescubrimiento interno que nos prepara para la manifestación del Plan Divino.
por Equipo Mundo Nuevo
El Evangelio de Mateo (16: 13 al 17) relata un pasaje que, más allá de la narrativa de una biografía sagrada, resulta crucial para comprender la profundidad del fenómeno del Cristo. Regresando Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos quién creían ellos que era el Hijo del Hombre. Tras recibir respuestas variadas, desde Juan Bautista, hasta Elías y otros profetas, les preguntó directamente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Respondiendo Simón Pedro “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús lo declaró bienaventurado, afirmando que tal verdad no le había sido revelada por “carne ni sangre, sino por mi Padre que está en los cielos”.
Este pasaje sienta la base para la comprensión de Jesús, quien recibiría el título de Cristo, palabra derivada del griego Christós, que significa “el ungido”. La tradición esotérica concibe este título no sólo como un rol, sino como una energía cósmica y un principio para el cual Jesús fue preparado a lo largo de encarnaciones previas. Esta misión requirió un riguroso camino de instrucción, que incluyó su juventud en diversas escuelas de sabiduría.
De hecho, un aspecto central discutido por investigadores sobre el pasado histórico de Jesús es su posible conexión con los esenios. Estos miembros de una secta judía, establecida probablemente desde mediados del siglo II a. C., son definidos por algunos estudiosos como la «cuna del cristianismo». Este es un punto analizado, por ejemplo, por el teólogo Simon J. Joseph (Universidad de California, 2018), quien reseña las «Lecturas de Vida» del médium Edgar Cayce (1934-1945), que ofrecen un registro detallado de docenas de vidas pasadas de clientes en la antigua Judea y Galilea durante el tiempo de Jesús. Según Cayce, los esenios no solo esperaban y anticiparon la llegada del Mesías, sino que también “prepararon el camino” para Jesús. Los describe como “un grupo de individuos sinceros en su propósito, pero no ortodoxos como los rabinos de ese período en particular”. Cayce afirmaba que tanto Juan el Bautista como Jesús se criaron dentro de la comunidad esenia, aunque hacía una distinción esencial al afirmar que “Juan era más esenio que Jesús. Pues Jesús se aferraba más al espíritu de la ley, y Juan a la letra de la misma”. Además, Cayce señaló que los esenios no eran un grupo monolítico y que fue dentro de una facción interna especial donde se realizaron los preparativos más rigurosos para el advenimiento del Mesías.
De Jesús a Cristo: un Camino de Transformación
“Así como una substancia química no puede sino reaccionar de una manera definida, igualmente un Buda o un Cristo sólo pueden vivir en un sentido determinado. Su vida no se describe meramente escribiendo una biografía casual, sino antes bien, dando los aspectos típicos contenidos, para todos los tiempos, en la sabiduría de los Misterios”, señaló Rudolf Steiner (1861-1925), filósofo, ocultista y fundador de la antroposofía, al establecer la profunda diferencia entre la historia de Jesús como persona y el rol cósmico que vino a cumplir.
Steiner explicó que “El cuerpo, el alma y el espíritu de Jesús debían alcanzar un grado de perfección tal, que pudieran acoger a un ser solar sin ser destruidos”. En su obra El Quinto Evangelio (1913), afirma que “Cristo no es un ser terrestre, sino un ser del Sol”, que se unió definitivamente a la evolución de la Tierra al encarnarse en Jesús de Nazaret.
Este descenso, según Steiner, ocurrió durante el bautismo en el Jordán, cuando “en ese momento, el Espíritu del Cristo penetró en el cuerpo de Jesús de Nazaret, quien hasta entonces había sido portador de su propio Yo”. La vida pública de Jesús, desde entonces, sería la vida del Cristo en la Tierra. Steiner enfatiza que Jesús alcanza un grado más alto de iniciación porque sufre y muere, desapareciendo lo terrenal, pero no así el elemento espiritual, la luz del mundo. Cuando tiene lugar su resurrección, Jesús se revela a sus feligreses como Cristo.
El Misterio del Gólgota
Para Rudolf Steiner, el Cristo es el centro de toda la evolución terrestre y cósmica. En su conferencia “El cristianismo como hecho místico” (1902), indicó que el Misterio del Gólgota, que abarca tanto el lugar físico donde Jesús fue crucificado como su significado teológico y espiritual, no es simplemente un evento histórico, sino un acto suprasensible que inyectó en la humanidad la posibilidad del Yo superior. “Cristo no vino para fundar una religión, sino para despertar el espíritu en las personas”, declaró.
Lo que para la teología tradicional es concebido como una redención externa, para el esoterismo es, fundamentalmente, un despertar interno. El sacrificio en la cruz permitió que una nueva fuerza espiritual ingresara al campo etérico de la Tierra. Steiner lo describe como una infusión de vida cósmica, una “sustancia espiritual” que posibilita que el ser humano evolucione conscientemente hacia su verdadero Yo.
Desde esta óptica, el cristianismo se revela no sólo como una fe, sino como un camino iniciático. Steiner argumenta que “cada ser humano está llamado a vivir el Misterio del Gólgota dentro de sí, es decir, “morir en el Yo inferior para resucitar en el Yo superior, el Cristo interno”.
Este enfoque coincide, en gran parte, con la enseñanza de místicos cristianos como Meister Eckhart, quien ya en el siglo XIII rompía muchas barreras al afirmar que “el ojo por el cual veo a Dios es el mismo ojo por el que Dios me ve a mí”. Esta visión del despertar del Cristo interior se basa en que la verdad del Cristo es intrínseca a la conciencia humana y, por lo tanto, existe más allá de cualquier dogma o credo institucional. Esta perspectiva ha encontrado un resonante eco en la teología moderna. De hecho, el teólogo suizo Hans Küng, un vehemente defensor del diálogo interreligioso y crítico del exclusivismo doctrinal, dedicó gran parte de su obra a desvincular a Jesús de Nazaret de las rigideces institucionales. Küng afirma que “el Cristo que encontramos en los Evangelios es más grande que cualquier iglesia que pretenda poseerlo,” sugiriendo que la esencia Crística es universal, ética, íntima e irreductible a cualquier ortodoxia particular.
Kénosis: El Cristo Interior
En el misticismo cristiano existe un término griego fundamental que explica un proceso de éxtasis religioso en el cual el individuo se vacía para que lo divino lo ocupe. Esto se llama kénosis y evoca también el concepto oriental de vaciar la mente. En el caso cristiano, implica perder la importancia personal para entregarse al otro.
Steiner abordó este proceso de la siguiente manera: “Cuando nos sumergimos amorosamente en otros seres, nuestras almas permanecen inalteradas; la persona sigue siendo persona, incluso cuando va más allá de sí misma y descubre a Cristo en su interior”. Y agregó que el alma alcanza aquella experiencia expresada por San Pablo cuando afirma “No yo, sino Cristo en mí”. Esta es la experiencia mística de sentir que una esencia humana superior vive en nosotros.
En esa misma línea, la escritora y esoterista inglesa Alice Bailey destacó, a mediados del siglo XX, que por primera vez en la historia de la humanidad el amor de Dios encarnó en un ser humano, Cristo-Jesús, inaugurando la era del amor. “Esta expresión del amor divino todavía se halla en su etapa preparatoria; en el mundo no existe verdadero amor y muy pocos comprenden el real significado de dicha palabra”, señaló.
Un camino que tiene relación con el Reino de Dios, que según Cristo anunció, se encuentra en la Tierra. Bailey describe este Reino como un cuerpo de personas que, a lo largo de las épocas, persiguieron fines espirituales y se liberaron de las limitaciones del cuerpo físico, del dominio emocional y de la mente obstaculizadora. “Sus ciudadanos, desconocidos para la mayoría, tienen cuerpo físico, trabajan para el bienestar de la humanidad, aplican la técnica general del amor, en vez de la emoción, y constituyen ese gran grupo de Mentes Iluminadas que guían los destinos del mundo”, indica Bailey, asegurando que el Reino de Dios no es algo que descenderá sobre la Tierra, sino algo que ya está actuando eficientemente y demanda reconocimiento.
El camino para encontrarlo es el mismo que para conectar con nuestro Cristo interior. Por eso, para la escritora, ocultista y teósofa Helena Blavatsky (1831-1891), cuando se habla de la venida de Cristo, no se hace referencia a la llegada de Jesús. “Este Cristo no debe buscarse ni en el desierto ni en las “cámaras interiores”, ni en el santuario de ningún templo o iglesia construido por el ser humano; pues Cristo, el verdadero Salvador esotérico, no es una persona, sino el Principio Divino en cada ser humano”. Blavatsky enfatizó que la resurrección ocurre cuando el individuo se esfuerza por resucitar al Espíritu crucificado por sus pasiones terrenales y tiene la fuerza de retirar la piedra de la materia de la puerta de su propio santuario interior.
Tomando este profundo párrafo, el filósofo estadounidense Richard Smoley explica que el principio central del cristianismo esotérico apunta hacia la genuina reaparición de Cristo como un despertar colectivo. “Será un despertar colectivo, compartido por algunos, quizás muchos, quizás todos, pero no en una sola figura pública. Es concebible que este despertar del Cristo colectivo ya esté ocurriendo. Pero si lo está haciendo, y en qué etapa se encuentra, solo se aclarará en retrospectiva”, indica.
En definitiva, la verdadera realización del Cristo no se limita a un acto externo, ritual o local, sino que se revela como un trabajo personal, interno e iniciático. El objetivo final del fenómeno Crístico es la integración consciente de este principio en cada individuo. Este proceso exige la muerte simbólica del «Yo inferior», el Gólgota interno, y la práctica constante de la kénosis, el vaciado del ego, para permitir que la conciencia superior se manifieste. Es un llamado directo al Cristo que habita en nosotros, quien se revela de la mano del Cristo-Jesús, nuestro dulce hermano mayor y compañero en este viaje. Esta fuerza interior impulsa la evolución individual hacia la trascendencia, el amor incondicional y la alineación consciente con el Plan Divino de la Tierra, un destino que no es una promesa futura, sino una realidad que debe ser activada hoy mismo, desde dentro.
Sigue leyendo en la Edición N°137 de Revista Mundo Nuevo.
Fuentes:
Rudolf Steiner, El Quinto Evangelio (1913)
Rudolf Steiner, El cristianismo como hecho místico (1902)
https://bibleinterp.arizona.edu/articles/jesus-and-essenes-esoteric-history
Hans Küng, El cristianismo: Esencia e historia (1995)
Evangelios sinópticos: Mateo 17, Marcos 9, Lucas 9
https://pijamasurf.com/2016/03/5-ensenanzas-misticas-de-la-muerte-y-resurreccion-de-cristo
“La reaparición de Cristo”, Alice Bailey
https://www.theosophical.org/publications/quest-magazine/the-reappearance-of-the-christ







