¿Existe una manera de volver a la matriz biológica planteada por comunidades ancestrales que adoraban a una diosa? ¿En qué se diferencia una cultura basada en la diosa y una patriarcal? Conversamos con Carolina Carvacho, directora de temas y contenidos de la organización Matríztica, para indagar en cómo puede existir una conexión entre nuestra biología, las comunidades actuales y sus modos de vida, y la posibilidad de lograr un cambio sustancial en cómo nos planteamos esas interrelaciones.
En el año 2000, junto al cambio de milenio, surgió un espacio bautizado como Instituto de Formación Matríztica. Fundado por el destacado biólogo, filósofo y escritor chileno Humberto Maturana, junto a Ximena Dávila, reconocida epistemóloga chilena, orientadora de relaciones familiares, cuya labor se ha centrado en comprender el dolor y sufrimiento del ser humano en relación a su biología y contexto cultural, también planteado como “biología- cultural”.
Este centro, que lleva 25 años dedicado a la reflexión y facilitación de programas de aprendizaje sobre los fundamentos biológicos-culturales de lo humano, busca facilitar experiencias de inspiración y aprendizaje sobre distintas temáticas relacionadas a lo humano. En su quehacer, se orienta el proceso de “darse cuenta” de cada participante, para así ampliar su autonomía reflexiva y “bien-estar”. Esto para poder contribuir a crear relaciones más sanas y armónicas, por medio de un proceso de aprendizaje que resulta en un cambio en el modo de pensar y hacer, que amplía posibilidades y conciencia.
Esta posibilidad de cambio estructural a través de la conducta, la comunicación y la interrelación es la base del nombre del instituto. “Existen dos orígenes de la palabra; uno que tiene que ver con la matriz de relaciones, entendiendo que vivimos en una matriz sistémica, [donde todos] somos producto de una historia particular y una humanitaria; por lo que, en estricto rigor, tú y yo tenemos la misma cantidad de años, porque la célula que nos da vida es la misma que ha ido cambiando. Es decir, la vida para que te de vida nunca se ha interrumpido ¡Imagínate que maravilla!”, explica Carolina Carvacho, quien es directora de temas y contenidos en Matríztica, y como tal, es responsable del cuidado de la experiencia cognoscitiva de los participantes en los diversos procesos de formación.
El segundo origen del término estaría también, comenta Carolina Carvacho, en la matriztica asociada a los estudios de Marija Gimbutas (1921- 1994), arqueóloga lituano-estadounidense quien a partir de los estudios y las investigaciones realizados sobre las culturas prehistóricas del Mediterráneo y centro y noreste europeo del Paleolítico superior y la Edad del Bronce, encontró pruebas de la existencia del culto religioso, en una representación única y universal que denominó Gran Diosa. “En el fondo era una red de conversaciones de participación, donde estaba la cooperación, el compañerismo, como modo natural de modo de vida. Si bien hoy en día colaboramos, cooperamos, [es decir] hay compañerismo, básicamente lo tenemos que intencionar. [En otras palabras], nacemos colaboradores, pero nos volvemos competitivos”, señala.
Es en esta línea que, dentro de sus labores diarias, Carolina Carvacho se encarga de co-diseñar con el equipo los contenidos y temas de los programas, con el objetivo de poder contribuir y acompañar el desarrollo de personas y organizaciones con foco en una sociedad más armónica potenciando la co-inspiración, colaboración, la ética y el bienestar. Una formación que, en algún punto de nuestra evolución humana, habría estado en el centro de nuestra forma de relacionarnos: “La cultura matrística (que es con “s”), demuestra que hubo otro modo de vida, donde [en el centro de la vida social estaba] esta diosa madre [propiciando] esa consciencia de la armonía natural. Esto lo sabemos debido a hallazgos arqueológicos, a evidencia científica, que dan cuenta de las expresiones de ese modo de vida, donde esta diosa madre evocaba precisamente esa coherencia dinámica y armónica de toda la existencia, en una red, una matriz de relaciones que no era apegada al temor, ni a la obediencia, como [ocurría con] los otros pueblos que iban arrasando con las comunidades donde iban llegando. Entonces es muy bonito quedarse con ese pensamiento”.
La entrada del patriarcado
Sobre esa visión de principio de colaboración en las primeras civilizaciones formadas. También debiese haber existido en América, ¿no?
Claro, pero es porque nuestra naturaleza, nuestra raíz primaria es amorosa. Hay estudios que muestran que los niños pequeños, antes del año ocho meses cooperan con todo el mundo, salvo que hayan vivido la restricción de ese ámbito. Colaboran sin siquiera la instrucción materna; ellos buscan ayudar; “los niños son altruistas”, dice el estudio, pero aprenden la discriminación al entrar en el lenguaje y la comunicación humana. Entonces, en los principios de la humanidad también fue así. Si miramos el patriarcado, nos damos cuenta de que es un tipo de pensamiento muy lineal, causal, que exige sumisión, que exige relaciones interpersonales basadas en la autoridad, donde el tema es la obediencia, el control, [donde] no hay autonomía o desarrollo de la reflexión en las personas, y eso es muy coartante. ¿Quién quiere vivir oprimido? Nadie. Y te rebelas, generas conflictos. En cambio, cuando estás en relaciones basadas principalmente en la comprensión mutua, la colaboración, eres feliz.
Es importante destacar acá que lo matríztico no tiene que ver con lo matriarcal, porque cuando hablamos de cultura patriarcal, hablamos de cultura patriarcal-matriarcal. No es el poder de uno sobre el otro, ni del hombre sobre la mujer ni viceversa, sino que es la armonía sistémica, donde está la dadora de vida, dadivosa, generosa, amorosa, que es valorada por su fertilidad, y en donde, al mismo tiempo, se entiende que es una complicidad, una dualidad.
En “El Árbol del Vivir” (Ximena Dávila y Humberto Maturana, 2015), hay un verso muy hermoso donde se habla sobre el hombre- mujer y mujer- hombre, que retrata cómo a los hombres les ha sido negada su sensibilidad, y como las mujeres luchan por salir del dolor, de la sumisión, y cómo ambos se van perdiendo.
¿Por qué nos cuesta como sociedad volver a esa base?
Justamente dentro de ese texto, Humberto Maturana habla de la enajenación de las doctrinas que avalan la competencia, la búsqueda del éxito a todo precio, el ansia de progreso. Estamos siempre pensando en que tenemos que superarnos. Imagínate, “ser más”, eso quiere decir que lo que soy en el presente no es suficiente. Es decir, cuando te dicen “supérate” quieren decir que hoy estás en un lugar donde no debes estar. Están negando tu presente. Todo eso son negaciones de nosotros mismos. Esto no está en la psiquis de la cooperación, sino que se plantea como un esfuerzo, un sacrificio, no en el disfrute de aprender, en buscar nuevos talentos, en desarrollarse, que es una visión absolutamente distinta. Por eso nos cuesta volver, porque estamos metidos en una psiquis de competencia, de control, de displicencia. Esa es la cultura patriarcal, no son las reglas, las normas, sino que tiene que ver con el modo de vida que son las conductas y todo lo que surge con ello, pero a partir de la psiquis que habitamos.
«Lo matríztico no tiene que ver con lo matriarcal, porque cuando hablamos de cultura patriarcal, hablamos de cultura patriarcal-matriarcal. No es el poder de uno sobre el otro, ni del hombre sobre la mujer ni viceversa, sino que es la armonía sistémica«
La apuesta Matríztica
¿De qué modo en Matriztica plantean volver a esa base? ¿A esa matriz?
Es que no tenemos cómo regresar. Pero si podemos generar un nuevo modo de habitar. Podemos entrar en la matriz de conciencia, con información, donde nos movamos desde la ética, desde el amar. Es sencillo, pero también es profundo, porque implica un cambio cultural, tener la audacia de renunciar a aquello que hoy día nos provoca, porque se está sumido en un mundo que tiene tanta exigencia que trae un sinfín de adicciones, y no te das cuenta. El celular, por ejemplo, es una de esas.
Como dice Ximena Dávila, el cambio sostenible y perdurable es a través del entendimiento, porque cuando entiendes algo, lo incorporas, pasa a ser parte de tu vida.
¿Cómo se enlaza nuestra biología con estos cambios conductuales?
Ahí entra el concepto de autopoiesis, un concepto que describe la capacidad de un sistema para generarse a sí mismo y que fue descrito por primera vez por Humberto Maturana y Francisco Varela en “De máquinas y seres vivos” (1972). Porque la verdad es que nuestro modo de vida moldea nuestra fisiología, produciendo cambios epigenéticos. ¿Te has fijado que vas a un examen médico y te preguntan si has tenido parientes con diabetes? Ahí están viendo tu predisposición. Sin embargo, no todos desarrollan la diabetes en la familia. ¿Por qué? Porque depende del modo de vida, el modo de vida arrastra la genética. Entonces, de acuerdo a cómo nosotros vamos viviendo, nuestra biología, la dinámica autopoiética se trastorna, porque tu reacción a través del sistema nervioso tiene que ver con eso. Todo genera transformaciones. Por ejemplo, si introduces moléculas de alcohol a tu organismo, vas a poder ver cómo va cambiando tu comportamiento. Si bien es algo transitorio, va causando una transformación potente y paulatina si lo consumes sucesivamente. Piénsalo en todo lo demás, en la alimentación, en los estresores. Nuestro cuerpo es nuestro espacio operacional, pero no somos solo nuestro cuerpo.
Entonces si logramos generar cambios, que son pequeños pero efectivos, podemos reformular este sistema de vida. No de una manera forzada, sino que se integre a nuestra formación, ¿podríamos así, por ejemplo, volver a ese principio colaborativo con el que partimos?
No es que vayas a buscarlo, surge espontáneamente. Es algo íntimo que te mueve, la mayoría de nosotros busca una tangente del bienestar y lo reconoce en espacios amorosos, cálidos, de buena voluntad. Depende de los contextos de crecimiento, pero no está todo perdido. Si bien es reformular todo, se puede hacer.
En estos 25 años que lleva funcionando el instituto ¿han notado un cambio?
No lo podríamos decir a ciencia cierta. Ximena y Humberto propusieron una era distinta, pero para eso tendríamos que conservar el deseo de colaborar. Depende de lo que se vaya conservando. Se requiere una transformación mucho más potente, pero las transformaciones se mueven como un virus y son giros potentes, como lo fue el Estallido Social en 2019. Pasa con pequeñas acciones que de repente gatillan un montón. Nuestra conducta, las consecuencias de nuestras acciones, aunque parezca que pegan más a otros que a nosotros mismos, están siempre a la mano. No podemos separarnos de ellas. De un modo u otro están ahí, mostrándonos las consecuencias de ellos. Por eso es importante cómo vivimos el presente, cómo estoy en mi vivir hoy.
Finalmente, la gran salida es encontrar otros caminos, dejar de hacer lo que hacemos en el presente, para encontrar otro modo de realizar nuestra convivencia, porque cuando cambia nuestro hacer cambia nuestro sentir, y cuando cambia nuestro sentir cambia nuestro hacer. Es una continua transformación, que es mucho más expansiva de lo que pensamos.
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Carolina Carvacho es educadora diferencial especialista en trastornos de aprendizaje, psicóloga y cuenta con varios estudios de especialidades como derecho y género y biología cultural. Actualmente es directora de temas y contenidos en Matríztica, donde se dedica a la consultoría y relatoría, además de co-diseñar y co- participar en la implementación de procesos de gestión colaborativa.